Desde la infancia, muchas personas reciben mensajes que repercuten enormemente en sus vidas. Frases como “Es que eres un vago”, “Eres muy nervioso” o “Ya lo hago yo, que tú eres un patoso”, se transforman en sentencias difíciles de modificar y con un fuerte impacto emocional.
Con el paso del tiempo, estas etiquetas nos sirven para definirnos a nosotros mismos, van construyendo nuestra realidad e influyen directamente en nuestra autoestima.
Consultando en la Real Academia Española (RAE), encontramos, entre otras acepciones, que una etiqueta es:
- Marca, señal o marbete que se coloca en un objeto o en una mercancía, para identificación, valoración, clasificación, etc.
- Calificación identificadora de una dedicación, profesión, significación, ideología, etc.
Es decir, la utilidad principal de una etiqueta es la IDENTIFICACIÓN. Nos permite creer que sabemos quiénes somos y quiénes son los demás. Una vez identificados, podemos pasar a CLASIFICAR en ciertas categorías, las cuales, nos aportan tranquilidad al llevarnos a pensar que “ya sabemos cómo actuará aquella persona en cada momento”.
Las etiquetas posibilitan un mundo ordenado y clasificado donde no queda espacio para la sorpresa. Lo estático versus lo dinámico. Es decir, si alguien continúa siendo la persona descuidada que siempre le han dicho que es, se mantendrá en la comodidad de actuar como ha hecho siempre, según lo que las personas de su entorno ya esperan de él. Así, la permanencia y la estabilidad nos alejan del cambio y de la evolución. Si todo continúa igual, nos quedamos en nuestra zona de confort y, aunque no haya lugar para el desconcierto, tampoco lo habrá para el aprendizaje.
Como vemos, las etiquetas hacen la función de profecía autocumplida. Si el niño crece bajo el pensamiento de que es “poco inteligente”, nunca creerá que puede desarrollar su inteligencia y, por lo tanto, no lo hará. De esta manera, el niño cumple la expectativa de su familia y, al mismo tiempo, la familia confirma su hipótesis. Es así como se crea un círculo en el que es difícil dejar de girar.
¿Qué pasa si nos cuestionamos nuestras etiquetas? Cuando nos damos cuenta de que aquello con lo que nos hemos definido siempre, es tan sólo una etiqueta que nos pusieron (o que nos pusimos) en algún momento de nuestra vida, no podemos evitar sentir cierta confusión. “Si no soy X, ¿quién soy?” Es como si perdiésemos la identidad, la cual, en el fondo, se encuentra escondida bajo las etiquetas que hemos ido adquiriendo a lo largo de los años. Nos hemos conformado con ser la persona que nuestro entorno ha moldeado y la hemos aceptado como auténtica, utilizándola incluso como carta de presentación ante el mundo.
A veces, cuando lo único que tenemos claro es aquello que NO queremos, es posible que iniciemos una lucha constante que nos aleje de aquella etiqueta que tanto nos pesa. Podríamos nombrarlas “etiquetas opuestas”, es decir, etiquetas que dan como resultado un comportamiento totalmente contrario. En este caso, no se produce la aceptación y, la gran lucha mantenida, nos desconecta de nosotros mismos y nos aleja del bienestar.
¿Qué nos puede ayudar a liberarnos de las etiquetas? El paso fundamental es darnos cuenta de que nosotros no SOMOS esa etiqueta. La etiqueta se formó en un momento determinado de nuestras vidas pero no significa que deba determinar nuestra existencia. Es decir, cuando tomamos consciencia de la realidad y de la procedencia de nuestras etiquetas, nos damos permiso para SER quiénes realmente somos, desde nuestra esencia. Al librarnos de la presión de tener que cumplir nuestras expectativas o las de los demás, conectamos con nosotros mismos y nos aceptamos. La autenticidad aparece en nuestras vidas y conseguimos ser autónomos.
Uno de los motivos que dificultan la eliminación de las etiquetas es que tendemos a percibir sólo aquellos comportamientos que se ajustan a la etiqueta que tenemos sobre una persona. Y no sólo en aquellas ajenas, con las propias sucede algo similar. Sólo tendré en cuenta aquellos momentos en los que confirme mi etiqueta y me reafirmaré en ello con pensamientos como “¡Es que mira que soy perfeccionista!”. Lo cual, además, tiene una gran función, ya que nos sirve como excusa para no cambiar. ¿Qué pasaría si nos fijásemos en las veces en las que NO hemos seguido esa etiqueta? Al conectar con los éxitos del pasado, nos damos cuenta de que somos independientes de esa etiqueta y de que, si en otro momento pudimos, ahora también seremos capaces. Lo cual, nos aporta grandes dosis de motivación y nos ayuda a dirigir nuestra mirada hacia el cambio. Al identificar nuestras etiquetas y desprendernos de ellas, nos sentimos liberados y nuestra autoestima se incrementa. De pronto, la imagen que teníamos de nosotros mismos comienza a cambiar y nos acercamos a la aceptación de la propia realidad.
Así mismo, debemos evitar colgar etiquetas a los demás. La curiosidad y nuestra capacidad de percepción nos pueden ayudar a conocer a las personas tal y como son, sin prejuicios ni clasificaciones. De la misma manera que nosotros evolucionamos con todo aquello que vivimos en nuestro día a día, las personas de nuestro alrededor también cambian. No podemos pretender que el mundo se mantenga estático mientras nosotros crecemos. ¿Nos permitimos ver la evolución de los demás? ¿O les mantenemos bajo el peso de la imagen que tenemos de ellos? ¿Fomentamos sus etiquetas? ¿O les permitimos expresarse desde su esencia?
Si logramos acercarnos a las personas sin expectativas y conseguimos escuchar sin pasar su discurso por ningún filtro, las relaciones podrán fluir con naturalidad. Al legitimarnos a nosotros mismos y a los demás, creamos relaciones naturales y auténticas.
¿Cuáles son las etiquetas que te impiden ser quien realmente eres?
¿De qué etiquetas necesitas liberarte?
Psicóloga. Terapeuta Sexual y de Pareja.
Institut Gomà
Fotógrafa: Verónica Aparicio
2º Premio del I Concurso de fotografía pro salud mental.