Este texto tan emocionante e impactante obtuvo el primer premio en el concurso “Gabriela Mistral” de Ecuador en el año 1992. En él, su autora Jenny Londoño resume a la perfección el sufrimiento de las mujeres a lo largo de la historia. El calvario que aún padecen muchas mujeres en diferentes rincones del mundo debido a una sociedad pensada en masculino.
Vengo desde el ayer
desde el pasado oscuro y olvidado
con las manos atadas por el tiempo
con la boca sellada desde épocas remotas.
Vengo cargada de dolores antiguos,
recogidos por siglos, arrastrando
cadenas largas e indestructibles.
Vengo desde la oscuridad
del pozo del olvido
con el silencio a cuestas,
con el miedo ancestral que ha corroído mi alma
desde el principio de los tiempos.
Vengo de ser esclava por milenios,
esclava de maneras diferentes:
sometida al deseo de mi raptor en Persia,
esclavizada en Grecia bajo el poder romano,
convertida en vestal en las tierras de Egipto,
ofrecida a los dioses en ritos milenarios
vendida en el desierto
o canjeada como una mercancía.
Vengo de ser apedreada por adúltera
en las calles de Jerusalén por una turba de hipócritas,
pecadores de todas las especies
que clamaban al cielo mi castigo.
He sido mutilada en muchos pueblos
para privar mi cuerpo de placeres
y convertida en animal de carga,
trabajadora y paridora de la especie.
Me han violado sin límite
en todos los rincones del planeta
sin que cuente mi edad madura o tierna
o importe mi color
o mi estatura.
Debí servir ayer a los señores,
prestarme a sus deseos,
entregarme,
donarme,
destruirme,
olvidarme de ser una entre miles.
He sido barragana de un señor en Castilla,
esposa de un marqués
y concubina de un comerciante griego,
prostituta en Bombay y en Filipinas
y siempre ha sido igual mi tratamiento.
De unos y de otros
siempre esclava,
de unos y de otros
dependiente,
menor de edad en todos los asuntos,
invisible en la historia más lejana
y olvidada en la historia más reciente.
Yo no tuve la luz del alfabeto.
Durante largos siglos
aboné con mis lágrimas
la tierra que debí cultivar
desde mi infancia.
He recorrido el mundo
en millares de vidas
que me han sido entregadas
una a una.
Y he conocido a todos los hombres del planeta.
Los grandes y pequeños,
los bravos y cobardes,
los viles, los honestos, los buenos, los terribles.
Mas casi todos llevan la marca de los tiempos.
Unos manejan vidas como amos y señores,
asfixian, aprisionan y aniquilan.
Otros dejan almas
comercian con ideas,
asustan o seducen,
manipulan y oprimen.
Yo los conozco a todos,
estuve cerca de unos y de otros,
sirviendo cada día,
recogiendo migajas,
bajando la cerviz a cada paso,
cumpliendo con mi karma.
He recorrido todos los caminos,
he arañado paredes y ensayado silencios
tratando de cumplir con el mandato
de ser como ellos quieren
mas no lo he conseguido.
Jamás se permitió que yo escogiera
el rumbo de mi vida.
He caminado siempre en una disyuntiva
ser santa o prostituta.
He conocido el odio de los inquisidores
que a nombre de la santa madre iglesia
condenaron mi cuerpo a su servicio
y a las infames llamas de la hoguera.
Me han llamado de múltiples maneras:
bruja, loca, adivina, pervertida,
aliada de Satán, esclava de la carne,
seductora, ninfómana,
culpable de los males de la tierra.
Pero seguí viviendo, arando,
cosechando, cosiendo,
construyendo, cocinando, tejiendo,
curando, protegiendo, pariendo,
criando, amamantando, cuidando
y sobre todo amando.
He poblado la tierra de amos y de esclavos,
de ricos y mendigos,
de genios y de idiotas,
pero todos tuvieron el calor de mi vientre,
mi sangre y su alimento
y se llevaron un poco de mi vida.
Logré sobrevivir a la conquista
brutal y despiadada de Castilla
en las tierras de América
pero perdí mis dioses y mi tierra
y mi vientre parió gente mestiza
después que el amo
me tomó por la fuerza.
Y en este continente mancillado
proseguí mi existencia
cargada de dolores cotidianos,
negra y esclava en medio de la hacienda
me vi obligada a recibir al amo
cuantas veces quisiera
sin poder expresar ninguna queja.
Después fui costurera,
campesina,
sirvienta,
labradora,
madre de muchos hijos
miserables,
vendedora ambulante,
curandera,
cuidadora de niños o
de ancianos,
artesana de manos
prodigiosas,
tejedora,
bordadora,
obrera,
maestra,
secretaria,
enfermera.
Siempre sirviendo a todos,
convertida en abeja o sementera
cumpliendo las tareas más ingratas
moldeada como cántaro por las manos ajenas.
Y un día me dolí de mis angustias
un día me cansé de mis trajines,
abandoné el desierto y el océano,
bajé de la montaña,
atravesé las selvas y confines
y convertí mi voz dulce y tranquila,
en bocina del viento
en grito universal y enloquecido.
Y convoqué a la viuda, a la casada,
a la mujer del pueblo, a la soltera,
a la madre angustiada, a la fea,
a la recién parida, a la violada,
a la triste, a la callada, a la hermosa,
a la pobre, a la afligida, a la ignorante,
a la fiel, a la engañada, a la prostituida.
Vinieron miles de mujeres juntas
a escuchar mis arengas,
se habló de los dolores milenarios,
de las largas cadenas
que los siglos nos cargaron a cuestas.
Y formamos con todas nuestras quejas
un caudaloso río que empezó a recorrer el universo
ahogando la injusticia y el olvido.
El mundo se quedó paralizado
los hombres y mujeres no caminaron
se pararon las máquinas, los tornos,
los grandes edificios y las fábricas
ministerios y hoteles, talleres y oficinas,
hospitales y tiendas, hogares y cocinas.
Las mujeres, por fin, lo descubrimos.
¡Somos tan poderosas como ellos
y somos muchas más sobre la tierra!
¡Más que el silencio y más que el sufrimiento!
¡Más que la infamia y más que la miseria!
Que este canto resuene en las lejanas tierras de Indochina
en las arenas cálidas del África,
en Alaska y América Latina,
llamando a la igualdad entre los géneros
a construir un mundo solidario
–distinto, horizontal, sin poderíos a conjugar ternura, paz y vida,
a beber de la ciencia sin
distingos.
A derrotar el odio y los prejuicios,
el poder de unos pocos,
las mezquinas fronteras,
a amasar con las manos de ambos sexos
el pan de la existencia.