Hoy tengo el placer de cederle de nuevo el espacio a Marta Villar, psicóloga especializada en sexualidad y terapia de pareja y miembro del equipo de Placer ConSentido en Barcelona, para que comparta contigo su reflexión sobre una cuestión con tanta polémica hoy en día como es el género y todos los estereotipos que conlleva.
Ya lo decía la filósofa francesa Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo (1949) “la mujer no nace, se hace”. Del mismo modo, el hombre tampoco nace hombre sino que se hace.
Cuando una mujer está embarazada, una de las pruebas más esperadas por los padres, familiares y amigos es la ecografía que mostrará si el futuro bebé será niño o niña. Una vez se sabe si el bebé tendrá pene o vagina, el entorno más próximo se moviliza en una u otra dirección. Dependiendo de los genitales, la habitación se pintará de un color u otro, los juguetes serán distintos e incluso lo que soñamos para cada uno pensando en un futuro lejano será diferente. Pero esto no acaba con el nacimiento, al contrario, no ha hecho más que empezar.
Aunque sea en base a este hecho biológico que comenzamos a pensar en el nuevo ser como un niño o una niña, los genitales no determinan que una persona sea un hombre o una mujer. Lo que hace que una persona sea uno o una es la manera en que la tratamos que va a ser diferente según lo que tenga entre las piernas. Esta doble moral también se aplica a cómo esperamos que esa persona se comporte según si es considerada como hombre o como mujer, además de que lo que le es permitido a cada uno es distinto. Todavía hoy en día se ven situaciones en las que tras una comida familiar son ellas las que se levantan a recoger y ellos los que se quedan sentados haciendo la sobremesa como algo normal. Esto, como tantas otras cosas, no está inscrito en los genes sino que es una construcción sociocultural conocida como roles de género o, dicho de otra manera, lo masculino y lo femenino es una invención.
Todo a nuestro alrededor está minuciosamente estudiado para perpetuar esta división de género entre lo masculino y lo femenino. Estamos envueltos por numerosos ejemplos de los que no somos conscientes, como por ejemplo, los baños públicos. Beatriz Preciado (ahora Paul B. Preciado) en su texto “Basura y género. Mear/Cagar. Masculino/femenino” describe los baños públicos como cabinas de vigilancia del género. En sus propias palabras “En el siglo XX, los retretes se vuelven auténticas células públicas de inspección en las que se evalúa la adecuación de cada cuerpo con los códigos vigentes de la masculinidad y la feminidad. En la puerta de cada retrete, como único signo, una interpelación de género: masculino o femenino, damas o caballeros, sombrero o pamela, bigote o florecilla, como si hubiera que entrar al baño a rehacerse el género más que a deshacerse de la orina y de la mierda”.
Pese a que tanto los atributos asociados a lo que significa ser hombre como a lo que significa ser mujer son construcciones socioculturales, debido al sistema patriarcal en el que vivimos las exigencias para con las mujeres son mayores. Ser mujer no sólo implica comportarse de una determinada manera (ser sensible, no mostrarse agresiva, cuidar de los demás…), también conlleva cumplir con los estándares de belleza y de moda y con la consecución de ciertas metas vitales, como por ejemplo, tener pareja o hijos. Socialmente se te considera más mujer si eres heterosexual, si te pintas las uñas, si usas falda, si te depilas, si te maquillas, si tienes un cuerpo delgado pero a la vez con curvas, si usas tacones, si te preocupas por tu imagen, si cuidas de los demás aunque en ocasiones implique descuidarse a una misma, si tienes gestos delicados, si hueles a paraíso, si te gusta el sexo pero no demasiado, si no dices palabras malsonantes, si te preocupas por la limpieza y el orden y un largo etcétera.
Intentar cumplir con todo esto es agotador y, conseguirlo, imposible porque es una imagen ideal de lo que es ser mujer pero no una realidad; como dice la RAE ideal significa “Que no existe sino en el pensamiento”. Sin embargo, con todo y ser imposible alcanzar este ideal, las mujeres constantemente somos juzgadas por no ser lo suficientemente femeninas, por tener una edad y no tener pareja o no tener hijos. En definitiva, por no ser mujeres al 100%. Este nivel de exigencia impuesto desde fuera y que terminamos interiorizando como ideal al que asemejarnos, puede causar insatisfacción con nosotras mismas por no ser lo que se espera que seamos y provocar problemas de autoestima que nos lleven al extremo de estar enemistadas con nosotras.
Así pues, en lugar de intentar ser la mujer que no eres, sé la mujer que quieras ser porque recuerda que… las mujeres no existen.
Marta Villar
Pues sí, en mi opinión, llevas toda la razón: las mujeres no existen y diría que los hombres tampoco, todo viene impuesto por una sociedad patriarcal y convenido. En todo ello, como no podía ser de otra manera, las religiones han puesto, no un grano de arena, más bien una montaña entera.
En fin, esperemos que algún día cambie todo este rollo y cada un@ sea lo que quiera sin importar lo que lleve se serie entre las piernas.
Totalmente de acuerdo contigo Miguel, seguimos trabajando para que ese día se haga realidad. ¡Saludos y gracias por el comentario!
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